El sacrificio humano en la cultura Maya
El
sacrificio humano entre los mayas fue una manera extraordinaria de utilizar
todos los posibles sentidos de la muerte ritual, para mantener la vida más allá
de la muerte, y para tener la impresión de que se controlaba un universo que se
percibía como excesivamente inestable.
El
sacrificio humano era un medio para alimentar a los dioses. Se explica porqué
los dioses eran seres imperfectos que nacían y morían y que, por tanto, debían
de alimentarse para sobrevivir. Así, al igual que los dioses habían dado su
sangre para crear a los hombres, éstos debían sacrificarse para ofrecer su
energía vital a los dioses. La sangre se convertía así en el lazo esencial
entre hombres y dioses que hacía posible la vida de todo el cosmos.
El
sacrificio reforzaba la consanguinidad de hombres y dioses; la sangre como
energía esencial provenía de las deidades y retornaba a ellas a través de sacrificio
de los hombres. Sin sangre los dioses perecerían y la habría acabado.
Paradójicamente, dado el valor que los mayas atribuían a la vida, mataban para
evitar la muerte. Por eso creían que las personas sacrificadas ritualmente y
todas cuantas habían ofrecido su vida para dar vida gozarían de una vida eterna
en el más allá.
El
banquete antropófago era un evento religioso y social muy importante. Se comía
al muerto divinizado, se unía con él, pero también se trataba de una ocasión
para invitar y honrar a familiares, para hacer relaciones con personajes
importantes, para ganar prestigio. De todas formas hay que tener en cuenta que
los sacrificios masivos se daban sólo en algunas grandes ciudades, y que se
comían sólo pequeños pedazos de los cuerpos.
La
extracción del corazón expresa claramente el elemento básico del sacrificio
humano: la noción de deuda; las criaturas debían la vida a sus creadores y
debían pagarla con su propia sangre.
El
sacrificio humano era un rito que se había practicado durante centenares de
años; pero, ¿cómo se justifica? Los mitos y ritos de los mayas permiten
comprender la ideología del sacrificio humano y desentrañar sus múltiples
niveles de significación. En la base de todo está la noción de deuda. Una
criatura debe la vida, y todo lo que hace posible vivir, a sus creadores. Debe
reconocerlo y pagar su deuda mediante el ofrecimiento de incienso, tabaco,
alimentos, o incluso su propia sangre, lo que representaba una obligación
mayor.
La mayor
parte de las inmolaciones se realizaba a lo largo de los ciclos festivos de los
meses del calendario solar y del calendario de 260 días, muchos de los cuales
eran “aniversarios” de dioses. Las fiestas del año solar eran especialmente
importantes porque en ellas se recreaban –de diferentes maneras, según la
ciudad que las celebraba–, diversos aspectos de la cosmogonía mesoamericana: la
expulsión del paraíso, la creación de la tierra y el nacimiento de Venus y del
maíz, las migraciones de los pueblos en las tinieblas, el sacrificio del Sol y
la Luna, su victoria en el inframundo. Después se recreaban la salida del Sol y
la primera guerra efectuada para alimentarlo, fiesta que era al mismo tiempo la
de la cosecha del maíz para los hombres y la cosecha de guerreros para el Sol y
la Tierra.
Posteriormente venían las recreaciones del paraíso perdido y la de
la transgresión que coincidía con la puesta del Sol, el cual penetraba a la
tierra y la fecundaba. En esas celebraciones morían y nacían de nuevo casi
todos los dioses –con excepción de la pareja creadora, que no recibía culto por
parte de los hombres y únicamente se ocupaba en crear chispas de vida–, los de
la tierra, del agua, del maíz, de los cerros, del pulque, de la caza, los de la
muerte y del fuego, de las flores, del amor, del agua, de la sal, de la
pimienta, etc. Había otras muchas ocasiones que requerían de sacrificios
humanos: guerras y batallas; desajustes del orden cósmico, como eclipses,
sequías, hambres, inundaciones; la expiación por ofensas en el culto a los
dioses, como robo de objetos sagrados, dejar escapar víctimas, etc.; motivos
personales, como cuando un padre que escapaba de la muerte ofrecía a su hijo en
pago; y, finalmente, la inmolación de acompañantes para los difuntos.
Una
misma víctima podía morir para expiar y sobrevivir en el más allá; para hacer
morir y renacer a una deidad y a lo que encarnaba, así como a su propio Señor,
su sacrificante; para alimentar y vivificar a una deidad; para sostener la
bóveda celeste; para fecundar la tierra; para aplacar a los dioses, darles las
gracias, reconocer su superioridad y poner de manifiesto la dependencia del
hombre.
Los
principales actores del sacrificio eran los sacrificantes, los sacrificadores y
los sacrificados. Entre los primeros había guerreros; mercaderes, artesanos
ricos y otros particulares; representantes de corporaciones, nobles y Señores.
El Estado, que se hacía cargo del costo de las guerras, también ofrecía en
ocasiones víctimas, las cuales eran parte del tributo de otras ciudades. Sin
embargo, generalmente las víctimas eran capturadas durante las guerras de
conquista o bien eran compradas por individuos que recibían apoyo de su familia
y del grupo al que pertenecían.
Los
sacrificantes se hacían notar; por ejemplo, el guerrero lo hacía desde el campo
de batalla, luego en su entrada triunfal a la ciudad con sus cautivos, en la
presentación pública de éstos, en las danzas, en la velación con las víctimas
en su última noche, en la marcha al templo con el vencido, en el banquete
posterior, todo lo cual conllevaba prestigio y honores. Lo mismo ocurría cuando
se trataba de un esclavo purificado. Debía anunciarse la intención de inmolar,
comprar y presentar a una víctima, la cual iba vestida por la ciudad, durante
semanas, meses o todo el año, como una deidad y, además, debía desempeñar el
papel de esa deidad y ser tratada como tal. También había que velar a la
víctima en su última noche, llevarla al templo e incluso subir por la pirámide
hasta la piedra de sacrificio y ver al dios (en su templo), cara a cara, es
decir, morir simbólicamente.
Los
sacrificadores eran por lo general sacerdotes especializados; por cierto, muy
poco estimados por los mayas. Hay que distinguir entre los grupos de ayudantes,
que se encargaban de sujetar a la víctima, y quienes extraían algo del cuerpo
de la víctima (el corazón, la sangre, las entrañas), los cuales manejaban un
cuchillo que podía simbolizar la mano del dios o el rayo celestial. A veces
algunos guerreros (en el sacrificio gladiatorio) o gran parte de los que
asistían al ritual participaban en la muerte del sacrificado. Cabe agregar que
los sacrificadores, los sacrificantes, el público y, en menor grado, las
víctimas, se preparaban y asociaban al sacrificio mediante diversas
penitencias, auto-sacrificios, ayunos, continencia y danzas.
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