La medicina en la cultura Maya
Los
mayas vivían de manera armónica con el medio ambiente, lo que les permitió
conocer las propiedades curativas de plantas y animales, elaborar numerosos
medicamentos y aplicar tratamientos a diversos males. El proceso de curación
constituía todo un ritual que podía incluir infusiones, cataplasmas, sangrías,
oraciones, ofrendas, baños purificatorios de vapor a base de hierbas, sacrificios
e, incluso, el uso de psicotrópicos.
Las
enfermedades y los males provenían, según las creencias mayas, de los malos
vientos, de los hechizos y brujerías, de la conjunción de los astros, o por el
enfado del alguno de sus dioses. De ahí que las enfermedades debían ser curadas
bajo un signo y oración de los sacerdotes.
En la
medicina maya las enfermedades podían tener diversos orígenes. Por una parte la
etiología divina, donde la enfermedad se producía como un castigo por haber
ofendido directamente a los dioses o a sus leyes, ya sea por violación de
diversos tabúes, por desobedecer a los padres, por cometer abusos sexuales con
parientes consanguíneos o por practicar la sodomía, aunque era algo
infrecuente.
En la
etiología humana destacaba la producida por efecto de la magia, que era
practicada por hechiceros o chamanes cuya acción recaía sobre quien había
ofendido directamente, o al que recurría otra persona para que lanzara una
enfermedad sobre alguien.
La
etiología natural incluía el frío y el calor, especialmente los alimentos fríos
y calientes, como las causas más comunes de la enfermedad, El viento también
era una causa habitual, especialmente si este adoptaba formas de animales. Las
plantas también eran origen de enfermedades, no sólo las tóxicas, venenosas o
urticantes, sino también aquellas que habían sido utilizadas por los hechiceros
en sus ceremonias de curación a un enfermo y que, posteriormente, al ser
abandonadas en cualquier rincón o sendero, podían ser pisadas accidentalmente.
El curandero,
ah men, era un profeta y adivino que curaba los males espirituales de sus
pacientes por medio de la inspiración divina que recibía en sus prolongados
estados de trance con los espíritus y dioses a los que invocaba. Utilizaba el
zantín, o piedra taumaturga y conocía el secreto de muchas hierbas curativas.
El hechicero, pul yahop, curaba las enfermedades practicando ritos con plantas
y animales, o utilizando figurillas de barro para ahuyentar a los malos vientos
y a los malos espíritus. Los curanderos (dzac yahes), dominaban el conocimiento
químico de la herbolaria; de hecho su sistema curativo fue reconocido por los
primeros europeos como altamente eficaz.
En el
caso de determinadas fracturas de huesos, o cuando se astillaban, utilizaban un
pequeño bisturí de pedernal macizo para evitar el derrame interno que
ocasionaban las astillas. Estas eran extraídas con sumo cuidado y, después de
lavar las heridas con hierbas, el brazo o la pierna era entablillada
rústicamente, pero con ciencia y habilidad de auténticos ortopedistas. El mismo
bisturí era utilizado en las heridas infectadas o crónicas para extraer el pus,
y sobre algunas heridas también practicaban la sangría.
Al igual
que la escritura y lectura de códices, también los conocimientos médicos
estaban en manos de la clase sacerdotal, que tenía diversas jerarquías.
Prácticamente usaban plantas diversas para cada enfermedad conocida, aplicando
los remedios “con mucho esmero y una gran dedicación hacia en enfermo”, según
relatos de los primeros frailes llegados al Mayab.
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